Un cuento de invierno: el moribundo que le canta a un lago

El protagonista es un cantante, no uno cualquiera sino de 40 años que tristemente siente que su voz pronto se apagará. Se está muriendo y en la tensa calma de una muerte irremediable que le llegará se refugió después de una vida de excesos para escribir una última canción.
El lago Lemán es un espejo de agua que baña las costas de Suiza y Francia. Se lo conoce también como Lago Ginebra porque parece surgir como un chorro desde esta ciudad, formando una especie de mueca tristona.
El lago es tan pacífico que parece una invitación bíblica para caminarle encima. Allí la gente pesca o hace deportes. No tiene grandes mitos. No tiene Nessie o Nahuelito. Apenas si tiene un moribundo que le canta desde su costa.
Refugiado detrás de una ventana hay un cantante de rock que busca la calma después de la tormenta de excesos. Tiene poco más de 40 años. Sabe que se está muriendo.
Esa certeza es la que lo llevó a refugiarse en Montreux, un lugar que se le hacía insoportable de aburrido, nada comparable a Múnich, como si fueran las dos caras de la moneda, los dos polos en donde solían grabar discos con su banda: la vorágine y la resaca.
El invierno cae sobre el lago Lemán. La quietud es viscosa. Imaginemos un domingo a la siesta y con lluvia, como el paroxismo de lo deprimente. Poco antes o poco después, ese cantante se pregunta si todo valió la pena, si esos pocos años de la intensidad voraz que se come su vida (y que se la lleva a la inmortalidad) valieron la pena. Sabemos la respuesta... pero ésa es otra historia.
Ahora hablamos de la que algunos dicen que es la última canción escrita por ese hombre que se apaga. Hablamos de "A winter's tale", de un cuento de invierno en donde hay cielos rojos, chimeneas humeantes, gaviotas y cisnes. Es una visión de ensueño. La voz del cantante parece llegar ya desde otro lado, adormecerse, fundirse con el más allá.
Anochece, se levanta la luna que hunde a los niños en sus fantasías, velados por sus padres. Quieto, pacífico, tranquilo, plácido... El escenario es tan magnífico, el sentimiento es tan desmesurado, que agotan los adjetivos hasta quitar el aliento.
Hay una especie de magia en el aire. Risas, llovizna, llantos de niñas. Es un paisaje pintado en el cielo y con las montañas creciendo y creciendo. El mundo del cantante moribundo da vueltas. Se pregunta si está soñando y siente que su sueño y los de todo el mundo caben en la palma de su mano. Y advierte: los sueños de los niños son la esperanza del hombre.
El cantante moribundo vuelve a este lado de la tierra, que es nuestro lado del espejo, y se siente algo mareado. No llegará a escuchar su última canción, ese cuento de invierno, en las radios. Su nombre es Farrokh Bulsara, aunque el mundo lo conoce por un apodo. Sigue mirando el lago por la ventana. Su última frase sintetiza todo: "Es la dicha".
Otro cantante, bajo el nombre de Patricio Rey, dirá después que la dicha no necesariamente es una cosa alegre.
El lago Lemán surge de Ginebra como un chorro de agua y adopta la forma de una mueca tristona. Claro, eso obedece a nuestra manera de ver los planisferios. La realidad es que en el espacio no hay arriba ni abajo. Un simple movimiento del globo y esa mueca acuífera se transforma en sonrisa.